martes, 9 de diciembre de 2008

Dieguitos y Mafaldas

En esta cabaña de mierda solo hay termitas. Paula no paraba de repetir esa frase. Joaquín trataba de calmarla, pero cada vez que se acercaba ella lo apartaba. Leo se reía por lo bajo y yo, Lucia, miraba al piso como apenada por la situación. La casa no era mía, pero la idea de escaparnos un fin de semana si. La casa era de Joaquín, el tonto se había olvidado de fumigar la cabaña en todo el año. Pero el siempre fue así, despistado. El piso estaba sucio y lleno de arena, el color blanco y a veces amarillo de los pequeños insectos contrastaba con la gama de marrones de las columnas viejas columnas de madera gruesa. Pero lejos de asustarse, ellas caminaban en paz, trepaban en silencio.
Después de acomodarnos, Paula y Leo se fueron a comprar puchos, ellos son los únicos dos que fuman. Yo decidí ir a la playa con Joaquín para distendernos del largo viaje en subte. Como era de noche, la marea subió y nos quedamos un rato mojándonos los pies en la orilla.

- Tenés una linda cabaña, Juaco – le dije para animarlo un poco.
- Gracias, pero Paula la odia – me respondió él.
- No te hagas drama, ella odia las termitas, no la cabaña.
- No entiendo, siempre le gustaron los insectos.

Sobrevino un silencio helado que acompañó la brisa nocturna. Esa noche lo ví triste a Juaco, me dieron ganas de abrazarlo pero no pude, nunca me caractericé por ser una persona muy afectiva. Esa noche me limité a mirarlo en silencio. Cuando volvimos nos encontramos con Paula y Leo, que volvían del quiosco. Estaban alegres, se reían lo suficiente como para pensar que habían tomado una copa de más, sin embargo estaban sobrios. Entramos a la cabaña y con las termitas decidimos que cenar. Era tarde y decidimos hacer algo rápido y fácil, sándwiches de jamón y queso y unas cervezas. Yo fui a comprar con Leo al almacén, Paula quiso acompañar pero le dije que no hacía falta.
La cena pasó tranquila, el animador era Leo. El tenia todas las anécdotas habidas y por haber. Paula se reía a carcajadas, Joaquín mostraba algunas muecas que no podía disimular. De vez en cuando aparecía una termita arriba de la mesa, como pidiendo ser parte del encuentro, pero Leo las sacaba de un manotazo. El sí odiaba las termitas, pese a haber accedido a quedarse en la cabaña.
Luego de la cena nos fuimos a dormir, pude notar el cansancio en todos nosotros. Los cuartos estaban arriba, uno para mí, uno para Leo y el otro para la pareja. Era una casa chica pero alta. Joaquín tomó a Paula por la cintura y subieron primero. Leo y yo nos quedamos mirando como subían, estábamos haciendo sobremesa con los insectos. Siempre me lleve bien con Leo, pero nunca fuimos de hablar mucho. El era amigo de Paula y yo era amigo de Joaquín, los dos conocíamos a la pareja pero nunca estuvimos interesados en fortalecer el lazo de la amistad, estábamos cómodos.
Cuando el silencio empezó a incomodar, nos fuimos también a dormir. Como era una casa relativamente nueva, no había camas, así que nos tiramos unas bolsas de dormir. Pero esa noche no pude dormir, tenía la sensación de que algo estaba mal. Las termitas estaban por todas partes, aun en la oscuridad se podía sentir la presencia de las pequeñas bestias, caminando en cualquier sentido, comunicándose, multiplicándose, trabajando en silencio.
Al día siguiente, aprovechamos el lindo día y fuimos a la playa. Yo no había llevado nada de ropa para un día de playa así que Paula me prestó algo de su ropa, muy linda por cierto. Dejamos la casa en cuidado de la peste de insectos y pasamos la tarde entre la arena y el mar. A mi mucho no me gustaba el mar, siempre le tuve respeto por lo que me quedé debajo de la sombrilla mirando el espectáculo que ofrecían Juaco y Leo. A la distancia no podía descifrar las voces, pero podía notar que el tono era bastante alto. Vi que Paula en un momento se acercó a ellos, como para tratar de calmarlos un poco, y lo logró pero no parecía que se hubieran reconciliado. Yo tenía mis propios problemas, como que teníamos que almorzar, cuando se iban a ir las termitas de la casa, por que Juaco insistió en ir a esa casa sabiendo que había termitas, que íbamos a hacer a la noche, etc. Mi cabeza tenía bastantes cosas como para compadecerme con los roces entre los rústicos. En un momento, Paula se acerca a mí, se la veía enojada, y le pregunté, “¿Por qué se peleaban los tontos?”. Y ella me respondió “por polleras”. La respuesta me costó entenderla. Paula se fue amargada y los rústicos ya se habían ido del mar, me había quedado sola en la playa. Luego de un buen tiempo de esparcimiento, decidí volver a casa a ver a las termitas, las extrañaba. Paula ahora las odiaba, pero todos sabíamos que era algo del momento. A mi me agradaban, a Leo sí que le daba asco verlas. A Juaco no, nunca lo note perturbado u emocionado con la presencia de las pequeñas bestias. Es como si ya fuesen parte de él, de su vida.
Al volver a casa, luego de dar más vueltas que la calesita, debido a mi gran sentido de la orientación, me encuentro con Paula, que estaba vestida como para matar. Ella se sorprende, casi que se disgusta de verme, pero ella sabía que todos vivíamos ahí. Fue un momento incomodo de silencio, lo único que se escuchaba era la madera crujir debido a la multitud de insectos blancos y algo amarillos. De pronto entra Juaco por la misma puerta que entre yo, por la principal. Creo que, viéndole los ojos en ese momento, él observó exactamente lo mismo que yo, y también no dijo nada. Sus ojos siempre fueron un espectáculo, él es una persona muy tranquila, pero en sus ojos podes verle el alma. Nada se oculta ahí. Eran una mezcla de incomodidad, extrañeza, confusión y decepción. Paula, a todo esto, no hizo nada para mejorar la situación. Yo todavía no entendía la situación, pero no me atrevía a hablar. Se escucharon pasos apresurados en el segundo piso y eso me dio la coartada para salirme. Subo las escaleras para ver quién era, y encuentro el cuarto de la pareja de planta baja. No había nadie pero estaba desordenado, la cama estaba desecha. “Que sucios” pensé. Oigo algunos gritos abajo, pero el segundo piso es a prueba de ruido. Leo sale como si nada del baño y me saluda. Yo le pregunto que pasaba entre Pau y Juaco, pero él me dice que no sabe y se encierra en el cuarto. Yo tranquila, me siento en el pasillo y juego con las termitas, que buena compañía me hacen, y me pongo a pensar en los ojos transparentes de Juaco.
Ya para la noche el humor en la casa no era el mejor. Decidimos volvernos en tren como hicimos al principio. Yo me tomé mi tiempo para despedirme de las mascotitas de Juaco, muy divertidas por cierto. Paula también se tomo su tiempo pisoteándolas y maldiciendo. En el vagón, Paula se sentó conmigo y Juaco se sentó en frente mió, al lado de Leo. Cada uno veía la cara del otro en silencio. Leo la veía a Paula, Paula lo veía a Juaco, y Juaco miraba por la ventana, en silencio. Perdía la mirada en los campos verdes. Su cara no transmitía emociones, pero sus ojos lo delataban. Obviamente, yo era la que lo miraba él. Podía ver en sus ojos tristeza y alivio. En una de esas, veo una pequeña termita en mi rodilla, como pidiéndome que me quedara en la cabaña. Yo le pido perdón en voz baja. Y lo vuelvo a mirar a Juaco. Siempre fue una persona muy transparente.